martes, 25 de noviembre de 2014

Anestesia


            Para desarrollar una vida con sentido es necesario despertar de la anestesia a la que nos tiene sometido el sistema. Hemos aspirado los gases que impiden hacernos sensibles a casi todo y por tanto no nos llegan al cerebro los estímulos pertinentes para enterarnos de lo que pasa en nuestro mundo. Vivimos dormidos, anestesiados, insensibles. Encima de una mesa de operaciones fría. Manipulados por quienes desean hacer de nosotros un cuerpo adaptado a su conveniencia.
            Nos quedamos paralizados ante las injusticias porque nos han extirpado el corazón de carne y lo han sustituido por uno de silicona. Nos han cambiado los ojos para que miremos en una sola dirección. Han insertado unos filtros en nuestros oídos para que solamente escuchemos un ancho de banda en las frecuencias audibles de unas determinadas palabras. Los índices de las manos se han deformado a base de golpear millones de veces el clic del ratón. Nos han atiborrado de programas que se descargan automáticamente en los móviles para que permanezcamos entretenidos en la soledad y desconectados de nuestros semejantes.
            Nadie despierta. ¿Dónde están esos educadores que hacen pensar a sus alumnos? ¿Dónde están esas escuelas que se resisten a cumplir los programas que les imponen y ofrecen alternativas educativas de desarrollo humano? Dónde se encuentran los políticos que buscan el bien común por encima del suyo. Dónde se explica el sentido de la verdad y la justicia, sin identificarlas con la legalidad. Dónde a se aprende el valor del respeto al otro por encima de todo como la base fundamental del significado de humanidad.

            Necesitamos despertar. Para que nuestras manos sientan cuando abrazan, nuestros ojos miren a los ojos y nuestros corazones palpiten al menor suspiro.    

domingo, 23 de noviembre de 2014

La sonrisa

Sonreír. Siempre sonreír. Cuesta poco, desarrolla los músculos del cuerpo y engrandece el espíritu. No me refiero a la sonrisa forzada que obliga la circunstancia, ni a los gestos faciales que dejan entrever la ironía de la superioridad, ni a la expresión interior de “me río por no llorar”, ni a los silencios cuyas muecas asienten la predicción de un futuro fatídico. No.
Me refiero al talante acogedor de las personas que saludan con la sonrisa en los labios. Es una gozada encontrarte con este tipo de gente. Parece que te conoce desde siempre y aún no ha cruzado dos palabras contigo. Al rostro cuyos visajes comunican serenidad. A la afabilidad permanente que deja el espacio suficiente para el encuentro y la comunicación entre personas. Al deseo de bien que emana desde lo más profundo del ser. A la afirmación continua y esperanzada de un futuro cada vez mejor.

La sonrisa es la manifestación más discreta y significativa de la alegría interna. A través de ella se descubren las intenciones, emergen los deseos, fascinan los encuentros, asegura la confianza, invita a la empatía, desmonta las barricadas, allana los abruptos... y, lo más importante, alimenta la salud.
Sonreír es la actitud por excelencia del educador. Cuando falta esta actitud la soledad se convierte en compañera, las palabras en soliloquios, el contenido pierde su mensaje fundamental y el ombligo se convierte en preocupación prioritaria. Cuando se desarrolla la sonrisa aumenta la libertad para el encuentro que no discrimina personas, se desvanecen las dificultades, se disfruta del tiempo utilizado en la búsqueda de la verdad común, se olvida el ego para admirar la presencia de los otros. Puede ser peligrosa porque, cuando se desborda, se convierte en risa.
De "Recetas de aula"


viernes, 21 de noviembre de 2014

3 Claves para convivir

(Para ser conscientes de una vida con sentido)

Tres claves necesarias para mantener una armonía en la convivencia. Primero es necesario conocerse a sí mismo y aceptar lo bueno y lo menos bueno de nuestra forma de ser. El conocimiento de sí mismo proporciona los elementos pertinentes para actuar desde la consciencia que te proporciona la mente, como he señalado en el capítulo que hace referencia a ella. Segundo, conocer el entorno cultural donde te desenvuelves para comprender el desarrollo de las vidas de tus semejantes. Cada cultura dispone de unos elementos comunes como el lenguaje, el clima, la historia, etc. que conforman su propia idiosincrasia. Es conveniente saber interpretar el significado de los acontecimientos que se producen dentro de esa sociedad si se quiere estar a la altura de las circunstancias y no verse tan perdido como un pato en un garaje. No me resisto a subrayar las dificultades que surgen en el tipo de convivencia forzada, entendida ésta como no elegida y en la cual no queda más remedio que sobrevivir. Me refiero, por ejemplo, a trabajos donde las buenas relaciones son imprescindibles para la buena marcha del negocio y precisamente, no se tiene la potestad de cambiar a quienes no “caen bien”.  Y tercero, voluntad para la búsqueda del bien común. La convivencia implica una dimensión activa. Con-vivir. Vivir con otro es diferente a vivir conmigo mismo. Hay personas que basan sus relaciones en la aceptación o rechazo de lo que reciben de los demás. Es una forma reactiva de convivir. Siempre esperan recibir de los demás lo que ellos jamás han aportado. El egoísmo les impide entender las transacciones que se producen entre las personas que tiene a su alrededor y consigo mismas. Su objetivo es la consecución del bien propio y no desean el bien común, por tanto viven dentro de una sociedad que les sirve, pero sin encontrar el lugar de su vida. La convivencia exige estar dispuesto a salir de uno mismo y buscar en el otro el elemento de enganche personal. Si efectivamente hay voluntad de convivir con alguien en concreto, se ponen en marcha de forma casi automática, estas tres claves mencionadas anteriormente.

lunes, 17 de noviembre de 2014

ESCUELA Y MODELO DE EDUCACIÓN


¿Qué modelo de escuela queremos?
                Sin ánimo de manosear los conceptos fundamentales sobre la escuela, hoy más que nunca, se necesita nombrar las claves fundamentales que sustentan su razón de ser. Podemos decir sencillamente que la escuela se dedica a educar. Educar en su etimología latina “educere” se entiende como sacar a flote, extraer y también se puede comprender como “educare” o formar, instruir a las personas. En cualquier caso se trata de activar procesos complejos por medio de los cuales se transmiten valores, costumbres, formas de actuar, conocimientos. Con la intencionalidad de que las generaciones siguientes aprendan y desarrollen la cultura.
                La escuela puede poner el acento en el concepto “educere” tratando de sacar de cada persona lo más valioso que lleva dentro de su ser, para que desarrolle sus sentimientos, actitudes y comportamientos con toda su energía. Confiando en que la propia naturaleza humana tiende hacia lo positivo, hacia lo bueno y sea capaz de dejar a la humanidad un  legado mucho mejor que el que había heredado.
                Pero la escuela puede enfatizar el concepto de “educare”, es decir dar formación e instruir como enfoque principal de su tarea educativa. Posiblemente se pretenda conseguir la mejora de la humanidad, no me cabe la menor duda. Pero desde mi punto de vista no se confía en la bondad de la naturaleza humana y se impone la visión de quienes se otorgan la responsabilidad de instruir y dar la formación a quienes ellos consideran incapaces de adquirir su unívoca forma de pensar, sentir y actuar.
                Pienso que el primer enfoque, “educere” fundamenta los valores del respeto, el diálogo, la autoestima, la reflexión, la participación y el compromiso. Facilita la conformación de sociedades pluralistas y democráticas. Mientras que el segundo, “educare”, tiende a la imposición, obediencia, a la sumisión y el autoritarismo, caracterizado por las sociedades de pensamiento único y dictatoriales.
                Actualmente los gobiernos de los estados y, por consiguiente los responsables de las instituciones educativas, parecen estar más ocupados en controlar los procesos de instrucción y formación basados en el concepto de “educare” que en facilitar, a los individuos de la sociedad que gobiernan,  saquen a flote o extraigan, “educere”, sus verdaderas cualidades y aptitudes.
                ¿Qué modelo de escuela estamos fomentando?

La escuela pública
                El estado ha ganado la batalla a las personas que conforman una sociedad. Ha conseguido regular al máximo los conocimientos, las actitudes y las aptitudes que se deben aprender en la escuela.  Ha sistematizado los procedimientos organizativos de tal manera que no queda espacio para el libre pensamiento, la búsqueda de los grandes interrogantes de la humanidad. Ha determinado a priori las aptitudes a premiar y aquellas que deben eliminarse del sistema. Con especial cuidado se ha preocupado de la educación para la ciudadanía, so pretexto de garantizar la libertad, ha enmarcado el ámbito que no perjudique la ruptura organizativa de la ideología dominante. Y hasta aquí hemos llegado: a la escuela pública.
                Una escuela pública que destaca el valor de servicio público para la ciudadanía. Una escuela gestionada por la comunidad educativa y que se le asocia, simplemente por ello, el calificativo de democrática. Una escuela gratuita y sostenida con fondos públicos, concepto un poco contradictorio. Sería más sencillo decir una escuela sostenida con las aportaciones de los contribuyentes, al servicio de todas las personas, incluidas aquellas que no tributan.
                Una escuela que se atribuye el mérito de ser compensadora de desigualdades e integradora. Que no hace distinción entre sus educandos por razón social, cultural, económica, religiosa, o de género. Que se autocalifica de neutral, simplemente porque se desarrolla en un espacio público.  Neutral significa que no presenta ninguna de dos características opuestas, por ejemplo, no es positivo ni negativo; o no muestra ninguna intención o emoción. No sé dónde se encontrarán este tipo de educadores “neutrales”, que ni son positivos ni negativos, o que no muestren ninguna emoción, ni intención…
                Una escuela pluralista que no inculca ninguna creencia. Es decir, no insiste en un tipo de pensamiento determinado, ni en una ideología específica, ni en una cultura  concreta. Dice que utiliza la pluralidad como instrumento de formación ideológica, algo que no acabo de entender muy bien. No veo mucho parecido con la actuación de los grandes maestros de la historia que sí mostraban sus pensamientos, sus creencias y convicciones a sus discípulos.
                Una escuela pública que se define más por el acento que pone en su apellido: “publica” que por el de su nombre: “escuela”. Una tipo de escuela que parece defender su propia identidad denunciando, muchas veces con toda la razón del mundo, las carencias y los fallos de la escuela privada. Quizás tanto la escuela pública como la privada deberían profundizar mucho más en su nombre: ESCUELA. Tal vez así se fuera transformando a las personas para que sean capaces de buscar las mejores soluciones para convivir en este planeta y mejorar su futuro. 

La escuela privada
                La mayor parte de los centros privados expresan en su ideario o carácter propio del centro,  el deseo de desarrollar una formación integral de la persona, una educación de calidad, personalizada, con la participación de todos los agentes alumnado, profesorado y familias. Por ahí se mueven sus principios, definiendo con claridad dónde van a poner el acento en el desarrollo de la educación que imparten. Sus idearios priorizan el enfoque educativo. Ya sea religioso, moral y/o social. En este aspecto poco se diferencian de la escuela pública y concertada.
                ¿Dónde se encuentran las diferencias fundamentales frente a la escuela pública? Fundamentalmente en dos aspectos: el económico y la especialización.
El económico porque cobran al cliente el servicio prestado de educación. Son escuelas para quienes se pueden permitir el lujo de pagar de su bolsillo todos los costes de la enseñanza. Se les suele conceptualizar tácitamente como las escuelas para los ricos. Los padres son partidarios del derecho a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos y abanderan los valores de la libertad con el poder adquisitivo de sus bienes económicos. Se olvidan de la existencia de muchas familias, la mayoría, que no pueden hacer ese ejercicio de “libertad”.
La especialización y la flexibilidad en sus programas académicos. La escuela privada se diferencia de la escuela pública porque se puede permitir y fomentar una mayor profundización en las áreas educativas en las que se especializa. Léase por ejemplo, las escuelas de formación en idiomas o arte. El profesorado centra su atención en la consecución de resultados destacables con sus alumnos. Se utilizan baremos de eficiencia y eficacia en la docencia y en el éxito que alcanza su alumnado. Son escuelas en la que la competitividad es fundamental para destacar sobre sus competidores y poder subsistir.
Los dos aspectos anteriores se retroalimentan de una manera significativa. Cuanta más especialización, más competidores dejan fuera de combate y más pueden subir los costes de la formación que imparten. De la misma forma, los costes elevados del servicio que prestan se asocian al prestigio de sus enseñanzas. Se les denomina los colegios de élite y con razón. Son los centros para una minoría, no cabe duda.
La conveniencia o no de este tipo de centros es una cuestión que entra en el ámbito de la justicia social. Vivimos en una sociedad que es capaz de conciliar valores contradictorios y  se puede ver a grandes defensores de la escuela pública llevar a sus hijos a la escuela privada. O partidarios de la escuela privada despilfarrando las oportunidades en las universidades públicas.
Pero sigo preguntándome: Independientemente del tipo de escuela sea pública o privada, ¿Sabemos todos los educadores cuáles son los principios y valores por excelencia que debemos transmitir a las nuevas generaciones?

La escuela católica
                La escuela católica cuenta en sus fines la promoción de los valores cristianos.  Además de la formación integral de la persona, de la atención a los desfavorecidos, del diálogo, etc.
Se dedica a enseñar los mismos contenidos  los mismos programas que la escuela privada y la pública. Sus profesores son personas que su profesión es más o menos vocacional y al igual que la mayoría del profesorado recibe su salario por ejercer la docencia. Imagino que impartirán sus clases con calidad, atenderán a las familias con respeto, participarán en los consejos escolares, buscarán la formación integral de su alumnado, etc. De la misma forma que lo hace el profesorado de las escuelas públicas o privadas. ¿Dónde se encuentra el marchamo que les diferencia del resto de profesorado, en que son católicos? Me asalta una gran duda. He oído alguna respuesta a esa pregunta en la línea de respeto al ideario del centro, pero me había creído que el respeto se da  por supuesto en una cultura democrática.
Supongo que el carácter católico no se medirá por las misas que realicen en el centro, las confesiones de su personal, los rezos al comienzo y finalización de las clases o la afinidad de pensamiento con la dirección del colegio. O tal vez sea porque el representante de la institución educativa es un cura o alguien nombrado por el obispo del lugar. O porque la mayoría del profesorado pertenece a una orden religiosa. Habrá algo más, digo yo.
La pertenencia a una estructura eclesial, les incluye unas directrices de adoctrinamiento sobre sus alumnos para que libremente acojan la opción de la fe cristiana.
Pero sigo insistiendo en el nombre, escuela, como la parte fundamental de su tarea. El apellido, católica, no deja de ser un posicionamiento que pretende inclinar a sus educandos hacia una determinada opción de vida. Lo mismo que podríamos decir sobre los enfoques  religiosos  o partidistas, por ejemplo, de la escuela islámica, budista, socialista, liberal, etc.
¿Pero no corresponde a la persona con su capacidad de elegir, cuando es adulta, tomar la opción de vida que más le interese? ¿Por qué siempre aparecen partidarios de enfocar la educación de los niños y jóvenes hacia una determinada cultura, religión o ideología?  

La escuela que quiero
                La escuela que quiero es una escuela sencilla. Una escuela en la que los  alumnos  se acercan a sus maestros para aprender.  Y los maestros están encantados de ser ejemplos vivos para sus educandos.  Unas familias que se sienten responsables de la educación de sus hijos y una sociedad que muestra su apoyo absoluto a la escuela. Una escuela que enseña a vivir la vida  con sentido. Una escuela que no discrimine a nadie por ningún motivo de tipo económico, social o cultural.
                No me gusta la escuela que hemos creado. La escuela actual la hemos programado, politizado, economizado, ideologizado, profesionalizado, especializado, utilizado… para conformar un tipo de persona fragmentada, estandarizada, manipulada y dirigida en función de las conveniencias políticas, ideológicas o religiosas. Focalizada en los intereses consumistas y productivos. Orientada fundamentalmente a las demandas profesionales que la sociedad considera en una corta etapa de la historia.
                La escuela que quiero es una escuela que promueva el pensamiento. Pero la misión actual del profesorado es cumplir el temario, completar las programaciones, examinar a su alumnado que ha asimilado lo previsto y comprobar que son buenas máquinas de memorizar.  No hay espacio para el pensamiento creativo, para generar un discurso nuevo, para la crítica, para la divergencia y la creatividad.
                La escuela que quiero es una escuela que educa en la convivencia a gestionar las emociones y los sentimientos.  Pero tampoco hay espacio para ello. Se ha capado la libertad del educador para organizar cualquier actividad que no esté programada. La convivencia se basa en la desconfianza. A modo de ejemplo: Si a un educador se le ocurre salir a la calle con su grupo de clase a realizar cualquier actividad educativa, además de estar cubierto por un seguro de responsabilidad civil, necesita el permiso del director del centro, la autorización firmada de los padres de cada alumno, la correspondiente autorización del departamento de educación, el plan a realizar en la calle… y no sé cuántas cosas más. Y, a pesar de todo, se puede encontrar con una demanda si  uno de sus alumnos ha tenido un esguince en un tobillo. 
                La escuela que quiero es una escuela en la que los claustros sean verdaderos ámbitos de debate sobre la educación y no meras reuniones informativas en las que se utiliza el móvil para pasar el rato. Deseo que la dirección se comprometa con el profesorado y las familias a mejorar la calidad educativa, en vez de ser simples gestores de las directrices que les llegan del ministerio de turno encargado de la educación.
                La escuela que quiero está todavía por llegar.
                                               Rafael Roldán




viernes, 14 de noviembre de 2014

LA ESCUELA QUE QUIERO

                La escuela que quiero es una escuela sencilla. Una escuela en la que los  alumnos  se acercan a sus maestros para aprender.  Y los maestros están encantados de ser ejemplos vivos para sus educandos.  Unas familias que se sienten responsables de la educación de sus hijos y una sociedad que muestra su apoyo absoluto a la escuela. Una escuela que enseña a vivir la vida  con sentido. Una escuela que no discrimine a nadie por ningún motivo de tipo económico, social o cultural.
                No me gusta la escuela que hemos creado. La escuela actual la hemos programado, politizado, economizado, ideologizado, profesionalizado, especializado, utilizado… para conformar un tipo de persona fragmentada, estandarizada, manipulada y dirigida en función de las conveniencias políticas, ideológicas o religiosas. Focalizada en los intereses consumistas y productivos. Orientada fundamentalmente a las demandas profesionales que la sociedad considera en una corta etapa de la historia.
                La escuela que quiero es una escuela que promueva el pensamiento. Pero la misión actual del profesorado es cumplir el temario, completar las programaciones, examinar a su alumnado que ha asimilado lo previsto y comprobar que son buenas máquinas de memorizar.  No hay espacio para el pensamiento creativo, para generar un discurso nuevo, para la crítica, para la divergencia y la creatividad.
                La escuela que quiero es una escuela que educa en la convivencia a gestionar las emociones y los sentimientos.  Pero tampoco hay espacio para ello. Se ha capado la libertad del educador para organizar cualquier actividad que no esté programada. La convivencia se basa en la desconfianza. A modo de ejemplo: Si a un educador se le ocurre salir a la calle con su grupo de clase a realizar cualquier actividad educativa, además de estar cubierto por un seguro de responsabilidad civil, necesita el permiso del director del centro, la autorización firmada de los padres de cada alumno, la correspondiente autorización del departamento de educación, el plan a realizar en la calle… y no sé cuántas cosas más. Y, a pesar de todo, se puede encontrar con una demanda si  uno de sus alumnos ha tenido un esguince en un tobillo.  
                La escuela que quiero es una escuela en la que los claustros sean verdaderos ámbitos de debate sobre la educación y no meras reuniones informativas en las que se utiliza el móvil para pasar el rato. Deseo que la dirección se comprometa con el profesorado y las familias a mejorar la calidad educativa, en vez de ser simples gestores de las directrices que les llegan del ministerio de turno encargado de la educación.
                La escuela que quiero está todavía por llegar.

                                                                                              Rafa Roldán