miércoles, 22 de junio de 2016

Felicidad vs. violencia

         -Yo dedicaría toda la enseñanza a ser feliz. ¡Qué importa más que esto! Yo quiero ser feliz y toda mi vida la he pasado buscando lo que me hacía acercarme con más fuerza a la vivencia de ese estado. Las personas siempre se quejan cuando no son felices de verdad. Los padres están pendientes de sus hijos con la única misión de enseñarles a ser felices. Les educan con esa única finalidad. Sin embargo, esta sociedad nos está inculcando el dinero como valor supremo y el poder como la herramienta más útil. Y ahí están los resultados. Vivimos enajenados, pendientes de conseguir más para escalar en la pendiente del tener hasta la cima del sinsentido. Encerramos a los niños en las guarderías, en las escuelas, en los centros deportivos, en la vorágine de las actividades múltiples… con la finalidad de disponer de más tiempo para trabajar y ganar más  dinero. Y, así pagar unos días de vacaciones en verano. Comprar un modelo de automóvil mejor y con más potencia que el que tenemos. Viajar lo más lejos posible. Cambiar de casa a otra mucho más confortable. La felicidad se nos escurre entre los dedos como la mantequilla en la sartén ardiente.

         El modelo educativo ha asumido esta dinámica de pensamiento como ideal de vida. Algunos me discutirán que ello es falso. Que en la escuela se enseña a buscar la felicidad, a cuidar el medio ambiente, a querer a los animales e incluso a las personas. Estoy de acuerdo que lo intentan muchos educadores y educadoras. Pero los resultados en la realidad se muestran tozudos hasta la saciedad. El trabajo es el trabajo y ahí está justificado despreciar a la persona, si llegara el caso. Cuando es necesario se apela con la ley en la mano. En pro de los beneficios económicos de una sociedad, se pospone la dignidad de los seres humanos, de los niños, de los inmigrantes. Nos hemos vuelto individualistas con nuestra propiedad privada y socialistas con la propiedad pública. Exigimos la solidaridad de los estados y negamos el saludo al vecino. Vivimos un mundo saturado de injusticia. Ello es así, en buena parte, porque los adultos estamos educando en la injusticia, a veces sin darnos cuenta.


      Existe demasiada violencia porque los niños aprenden de los mayores, no sus teorías sobre la paz, sino sus ejemplos de agresividad. Les pedimos a los más pequeños que se comporten con educación, mientras nosotros nos comportamos como verdaderas acémilas –con perdón de dicha especie-, en algo tendremos parte de responsabilidad los educadores. Decimos unas cosas y hacemos otras y esto nadie lo quiere entender.
Fragmento de mi libro: "¿Para qué fui a la escuela?"

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