lunes, 16 de mayo de 2016

Las palizas a mi madre

 Oí un estruendoso portazo en el pasillo. Era la puerta de entrada que se  había cerrado con toda la fuerza del mundo. Todo mi cuerpo se puso en alerta y mi corazón comenzó a bombear sangre como para mantener a un elefante vivo.  Las 3 de la madrugada, el despertador iluminaba los tres números rojos formados por diodos electroluminiscentes, 3:17. Me desperté de un sobresalto. No era la primera vez que mi padre hacia su entrada en casa de esta manera. El miedo se apoderó de mí en un microsegundo. Mis oídos abrieron sus compuertas de par en par intentando captar cada sonido. Percibí el chasquido del interruptor. Clip. La ranura debajo de mi puerta se iluminó en color amarillo. Un trompicón aliado a una patada, volcó el paragüero y salieron disparados los paraguas por el pasillo.
-Joder, esta mierda siempre en medio, gritó mi padre con la lengua enredada en el paladar.
Mi madre encendió la luz de su dormitorio y mandó silencio con un siseo imperativo.
-Vas a despertar a los niños. ¡Calla! Por favor, te lo pido.
-Cállate tú. ¡Siempre mandando! ¡Pesada!
-Por favor, no hagas ruido. Ellos no tienen la culpa de nada.
Ahora, las palabras de mi madre se habían tornado suplicantes y cargadas de paciencia. Mi hermana rompió a llorar. La puerta de su habitación daba al pasillo y estaba abierta. A pesar de tener un sueño muy profundo, fue tal la potente voz y la algarabía montada por mi padre que toda la casa pasó en un instante al estado de vigilia. Mamá acompañaba a mi padre allá por donde iba. Abría el frigorífico buscando algo que ni él mismo sabía.
-¿Dónde has escondido las cosas, desgraciada?
-Anda vete a la cama y descansa. Le contestaba mi madre.
-¡Me iré cuando me salga de los cojones! ¡Déjame en paz!

-Antonio, por favor, deja de gritar. Estás llamando la atención de los vecinos. Por favor…

Tomado del libro: "Sin techo y de cartón"

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