En medio del dolor no es fácil
sonreír. Sin embargo es el momento de más necesidad. Los instantes de dolor nos
recuerdan las horas vividas en la felicidad que conlleva la normalidad. Esa
vida cotidiana, algunas veces anodina, donde no sucede nada especial. Toca el
despertador. Vas a trabajar. Opinas de las noticias. Paseas por el
supermercado. Descansas en el sofá mirando la tele. Ríes, juegas, bromeas.
Pero amigo,
cuando el dolor entra en tu casa todo es distinto. Es como si hubiera habido un
apagón eléctrico. En un santiamén todo se vuelve oscuro, no se ve nada. La
percepción de tu dolor ha sido el interruptor de tal apagón. Ya no sonríes, ya
no juegas, ya no bromeas. Estás pendiente sólo de tu dolor. Has echado una
cortina para separarte del mundo y quedarte solo en tu soledad. La sensación de
sufrimiento personal es como el carnet identificativo que te da derecho a
ponerte en el centro del universo, para abandonarte en sus brazos y que todo el
mundo se ponga a tu servicio. Ha llegado la ocasión de erigirte en la persona egoísta,
exigente, dictadora. Tienes el justificante que te ha proporcionado el dolor.
Se acercan
tus cuidadores más cercanos y en ellos se vuelcan tus malos modos. No son
capaces de ponerse en tu lugar al cien por cien. Incluso se permiten el
capricho de bromear, de sonreír y reír, de jugar. ¡Qué poca empatía y respeto a
tu dolor! Si estuvieran con tu dolor sabrían lo que vale un peine.
El dolor es
también parte de ti. ¿Sabes que no eres tan perfecto como te creías, amigo?
¿Comprendes ahora porqué no hay monedas con una sola cara? ¿Has aceptado los
límites que te identifican con ser humano?
No propongo
nada fácil. Jugar, reír o, al menos sonreír en medio del dolor. Como dice un
amigo: “Las penas compartidas son la mitad de penas y las alegrías compartidas
son doblemente alegrías”. Si es así, y yo estoy convencido de ello, merece la pena jugar, reír y sonreír en medio
del dolor. Porque aunque el dolor permanezca ahí, habremos disfrutado de la
vida junto a los demás. Mientras que si sólo centramos nuestra mirada sobre el
dolor, lo único que conseguiremos es ahondar mucho más en él y sentiremos cómo
se hace dueño y señor de nuestra voluntad.
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