lunes, 5 de enero de 2015

¿A quién adorar?

Cada recorrido que realizamos hacia la búsqueda del bienestar se agota al instante siguiente de haber alcanzado la meta. Lo comprobamos en la satisfacción de los deseos. Por ejemplo, el coche familiar es un poco pequeño y queremos tener otro con más amplitud, con el maletero más grande, que consuma menos gasolina. Desde el instante en que se cumple nuestro sueño porque ya hemos vuelto del concesionario de automóviles con el flamante coche, el placer de tener la posibilidad de utilizar el mayor volumen interior, gastar menos en combustible e ir más con más comodidad en los viajes de familia, parece que se olvidan estas nuevas prestaciones y, como ya hemos conseguido el objetivo deseado, encontrar otro coche con mejores prestaciones, el interés cambia de focalización en busca de nuevos deseos. La insatisfacción se apodera de otro aspecto del bienestar. Nuestro interés por llegar a disfrutar de la felicidad plena va menguando paulatinamente, en cada reto conseguido y esto hace que nunca queda satisfecho nuestro ser. Cada época de nuestra vida tiene sus hitos de esperanzas y aspiraciones. De niño se quiere llegar a ser mayor, en la juventud encontrar el amor más grande de su vida, de adulto estabilizarse en un trabajo satisfactorio, vivir en la casa de sus sueños, etc. y, cuando se van cumpliendo estos deseos, resulta que se encuentra frente a sí mismo ansiando la esperanza de llegar a encontrarse plenamente con la felicidad absoluta todavía inalcanzada.

Mientras no se descubra ese espíritu superior que cargue de sentido último a todos los bienestares que conforman el trayecto de la felicidad, el sinsentido de nuestros actos mellará la energía que nos impulsa al encuentro de la transcendencia deseada. Cuando se abandona esa búsqueda sólo queda, como una especie de consuelo, un por si acaso, el carpe diem del poeta Horacio: aprovecha cada momento como si fuera el último de tu vida. ¿Qué podemos ser para que nos llene la vida sabiendo que vamos a morir? ¿A quién adorar  que nos indique la buena dirección y nos proyecte al infinito que nos resistimos a perder? Contestar estas dos preguntas, ni es fácil ni me siento en condiciones de tener la certeza de hacerlo con acierto. Me limito a reflexionar en voz alta, subiendo el tono de un grito en el desierto inhabitado, por el que rara vez pasa alguien cerca de ti. Lo hago porque me da a la nariz que no estoy solo en este mundo con mis dudas, sino que hay muchas más personas como yo que intentan hallar sus propias respuestas.


De “Caminar a tientas”

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